La 18a Enmienda que convirti la iniciativa en ley constitucional, y el Acta Volstead que pormenorizaba su aplicaci n, no surgieron de la nada; no fue una ocurrencia electoral ni una batalla r pida y sorpresiva de un grupo de inter s que tom al otro desprevenido. En realidad la Ley Seca fue el resultado de casi un siglo de adoctrinamiento y lucha entre dos posturas pol ticas y sobre todo morales: la de quienes apoyaban la Prohibici n, los llamados "secos", y quienes se opon an a ella, en parte por considerar que no era incumbencia del gobierno condicionar la libertad de la persona, los llamados "h medos". Los primeros cre an que la prohibici n de licores, bebidas embriagantes y salones (o cantinas) era una medida necesaria para erradicar los grandes males que ya eran parte de la vida de la naci n: esposos embriagados y violentos, accidentes laborales debido al alcoholismo, hogares destrozados, esposas maltratadas y patrimonio familiar echado a volar en un solo d a. Los h medos defend an una industria leg tima que brindaba empleos e impuestos; les preocupaban los grandes intereses econ micos que se ver an afectados; recordaban el respeto a la sacrosanta libertad individual y sobre todo, hac an notar lo extra o que era que el gobierno determinara lo que alguien pod a ingerir o no. Especialmente porque, desde el inicio, el alcohol hab a sido parte inseparable de la cultura norteamericana: desde los salones del Lejano Oeste, los campos de uva de los valles de California, las mesas de los hogares de todo el pa s, hasta las cantinas de las grandes ciudades donde la clase trabajadora se reun a para hablar sobre pol tica. Ello sin tomar en cuenta otros mbitos en los que la cultura del vino resultaba un elemento esencial: el desarrollo de las artes -sobre todo la m sica y la literatura-, la cohesi n social y la econom a.
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