Su padre, el se or Hungerton, era verdaderamente la persona menos dotada de tacto que pudiese hallarse en el mundo; una especie de cacat a pomposa y desali ada, de excelente car cter pero absolutamente encerrado en su propio y est pido yo. Si algo pod a haberme alejado de Gladys, era el imaginar un suegro como aqu l. Estoy convencido de que cre a, de todo coraz n, que mis tres visitas semanales a Los Nogales se deb an al placer que yo hallaba en su compa a y, muy especialmente, al deseo de escuchar sus opiniones sobre el bimetalismo, materia en la que iba camino de convertirse en una autoridad. Durante una hora o m s tuve que o r aquella noche su mon tono parloteo acerca de c mo la moneda sin respaldo disipa la seguridad del ahorro, sobre el valor simb lico de la plata, la devaluaci n de la rupia y los verdaderos patrones de cambio. --Sup ngase --exclamaba con enfermiza exaltaci n-- que se reclamasen en forma simult nea todas las deudas del mundo y se insistiese en su pago inmediato. Qu ocurrir a entonces, dadas las actuales circunstancias? Le contest que eso me convertir a, evidentemente, en un hombre arruinado, ante lo cual salt de su silla reprochando mi habitual ligereza, que le imped a discutir en mi presencia cualquier tema razonable. Tras decir esto, sali disparado de la habitaci n para vestirse, porque iba a una reuni n de masones.
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